Las bellas y tristes baladas de Carson McCullers
- Malena Costamagna Demare
- 5 jul 2020
- 5 Min. de lectura
Actualizado: 16 jul 2020
Reseña de “La Balada del café triste” y otros relatos. Aunque escritos el siglo pasado, todos, contemporáneos.

Carson McCullers era ante todo, una escritora rebelde. Creadora de micromundos alterados. Pero además, una autora a la que hay que leer con atención. Sus creaciones son engañosas, muchas aparecen en un frasco de normalidad que adentro contiene los secretos más extraordinarios de la naturaleza humana. Mezcla de niña y de bruja, sus libros hablan del amor y la soledad del sur profundo de los Estados Unidos a mediados del siglo XX. Y la pluma de la autora lo vuelve todo, aún más, gótico.
Así es como Carson en “La balada del café triste”, nouvelle o novela corta, compone una balada, una fábula sobre una extraña historia de ¿amor? en un pueblo “solitario, triste; un sitio apartado y perdido del resto del mundo”.
McCullers desafía este cuento de hadas al convertirlo en un cuento de freaks. La leyenda de lo que aconteció en la construcción más grande del pueblo, que alguna vez rebosó de whisky y café pero que hoy está tan inclinada hacia la derecha que aparenta parece a punto de derrumbarse. “Sin embargo, en el segundo piso hay una ventana que no está tapiada; a veces a última hora de la tarde cuando el calor es más sofocante, una mano abre despacio los postigos y una cara se asoma a mirar hacia la calle. Es una de esas caras borrosas que se ven en los sueños, blancas y asexuadas, con un par de ojos grises, tan bizcos que parecen estar intercambiando una larga y secreta mirada de congoja”, McCullers entra en el corazón que atraviesa los sucesos de ese verano y nos deja la puerta abierta.
¿Pero qué voz cuenta esta historia? Que aunque empieza por su final, todavía parece vivir dentro de los pueblerinos. Aún la cantan los prisioneros que pican el macadam de la carretera Forks Falls y el narrador de esta nouvelle parece ser el alma de todos ellos. El fantasma de la memoria. Una identidad conjunta que lejos de ser pasiva, critica, señala y opina, parece tener vida propia. Las lectoras, a través de él, escuchamos también el corazón del sur y la historia de su triste café.
Antes de escribir, Carson observaba: “fue en un bar de la calle Sand, donde vi a una pareja extraña que me fascinó. Entre los parroquianos había una mujer alta y fuerte como una giganta y, pegado a sus talones, un jorobadito.” Es tan fácil imaginarla, callada y con los ojos fijos en aquel par de extraños que acabarían por convertirse en los personajes de “La balada del café triste”. Por un lado Miss Amelia, la mujer más rica del pueblo, alta y solitaria, hábil para todo menos para las relaciones humanas. Por otro, el primo Lymon, un forastero enano y harapiento que llegó con una valija llena de nada justo cuando los durazneros empezaron a florecer. Como toda fábula, también tenemos un villano; Marvin Macy, ex esposo de Miss Amelia, cuyo matrimonio duró diez días aunque su leyenda aún perdura en el pueblo, incluso nuestro narrador, por más omnisciente que parezca, no sabe qué pasó entre ellos. Los tres protagonistas forman un triángulo cuyo desenlace es tan triste como inesperado.
La rebeldía de las letras de Carson se ve en esta forma de relato tradicional, que ella reviste de personajes no convencionales. Desafiando los roles sociales y de género, Miss Amelia es todo lo “anti-femenino” es, al contrario, muy “masculina”. Y al primo Lymon, ni siquiera sé en qué categoría confinarlo. Lo que está claro es que son la otredad, lo diferente, lo marginado e incomprendido, en fin, dos freaks.
Ahora es cuando McCullers se vuelve peligrosa. Compone una balada, una leyenda sureña e invierte su receta. Dentro del enorme cuerpo de Miss Amelia y del pequeño y retorcido cuerpo del primo Lymon, aparentes anormales, encontramos el síntoma más común de la humanidad: el amor y su ausencia, la soledad.
Si la historia entre ellos dos es una de amor, es un amor tan extraño que resulta hasta irreconocible. El narrador de su leyenda tiene su propia teoría; “Ante todo, el amor es una experiencia compartida por dos personas, pero esto no quiere decir que la experiencia sea la misma para las dos personas interesadas. Hay el amante y el amado, pero estos dos proceden de regiones distintas. Muchas veces la persona amada es sólo un estímulo para todo el amor dormido que se ha ido acumulando desde hace tiempo en el corazón del amante. Y de un modo u otro todo amante lo sabe. Siente en su alma que su amor es algo solitario. Conoce una nueva y extraña soledad, y este conocimiento le hace sufrir. Así que el amante apenas puede hacer una cosa: cobijar su amor en su corazón lo mejor posible; debe crearse un mundo interior completamente nuevo, un mundo intenso y extraño, completo en sí mismo".
Las palabras de la autora hablan también mucho de ella. Lula Carson Smith era un mujer muy alta y muy andrógina. Nació en el año de la Revolución Rusa y tuvo una vida difícil. Una salud que nunca la acompañó y que acabaría con ella en una hemorragia cerebral a sus 45 años. Vivió una serie de amores desencontrados, que incluyen varias mujeres, un problema con el alcohol y un esposo que le propuso una escapada romántica de esta vida: un suicidio de a dos en un París de la segunda posguerra. Ella se negó y volvió a Estados Unidos, unos años después Reeves McCullers se suicida en París. De él tomó su apellido para el que sería su nombre literario: Carson McCullers.
Fueron probablemente las experiencias de tragedia y abandono las que la moldearon como escritora. Ella emprendió siempre la difícil tarea de escudriñar al corazón y escribirlo, con suma sensibilidad.
Unos años antes de su muerte, en 1951, publica “La balada del café triste”, que se completa con seis cuentos que parecen dialogar con el relato que les da su nombre.
Mi cuento favorito de entre ellos es el último, “Un árbol. Una roca. Una nube”. Como siempre, hay que leer a Carson con atención, nada de lo que escribe es esperable. Otra vez, en un rincón del sur de Estados Unidos, un anciano encorvado esconde su nariz en un vaso de cerveza. Sólo abre la boca para llamar a un niño repartidor de diarios que estaba en la taberna y decirle “te quiero”. El diálogo entre los dos detiene el tiempo. ¿De qué van a hablar? Claro, del amor. “Había todos esos placeres y esos hermosos sentimientos dentro de mí. Y esa mujer era como una cadena de montaje para mi alma. Yo hacía pasar por ella esas pequeñas piezas de mí mismo, y salía completo.” Otra teoría sobre un amor solitario que vive como un virus, en un espacio prestado. Cualquiera; un árbol, una roca o una nube.
¿Qué hace el amante cuando ese espacio desaparece? Con cada desaparición, Carson McCullers creaba sus personajes. Y de cada muerte nacía un libro.
Para mi no hay nada más hermoso que su sensible oscuridad. Cuando ella murió, también de su partida brotaron textos. Bukowski le dedicó un poema que ilustra su triste y bello tono:
“Murió alcohólica envuelta en una manta sobre una silla plegable en un transatlántico. Y todos esos libros suyos de aterradora soledad esos libros sobre la crueldad del amor sin amor es todo lo que de ella queda uno que pasaba descubrió su cuerpo y avisó al capitán y su cadáver fue trasladado a otra zona del barco mientras todo lo demás seguía exactamente como ella lo había descrito.”
Al terminar de leer “La balada del café triste”, sólo puedo pensar en escucharla otra vez.
En su escritura McCullers demuestra que la tristeza y la soledad, siempre contemporáneas a nuestra humanidad, pueden ser muy bellas. Y que es el amor el que tiene ese poder de transformación.
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