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Sylvia Plath, te leo en soledad

Actualizado: 16 jul 2020

Reseña de “La campana de cristal”, novela de Sylvia Plath, escrita por una lectora en cuarentena.

Ilustración por Ailén Goyanes


Una de las razones por las cuales me fascinó leer esta novela, es por los dejos autobiográficos que la autora imprimió en ella. Leyendo a su protagonista, Esther, sentía que la leía a Sylvia y a las mujeres de su época.


En los primeros capítulos, Esther Greenwich aterriza en medio de un verano caluroso, a un hotel de la artificiosa ciudad neoyorquina junto a doce otras jóvenes. Movida por una beca como columnista en una revista “para mujeres“, habla de la moda, los cocktails, los eventos con comidas diminutas y celebridades. Pero aún en ese fastuoso y brillante modo de vida, Esther no encontraba ni siquiera qué trago pedir en las fiestas. No sabía qué le gustaba.


Entre páginas la imaginaba sola. De a ratos con su amiga Doreen, de a ratos con Betsy. La primera; vivaz, rebelde y chic. Colmada de hombres con los que salía por turnos. La segunda; aplicada, slightly more conservative, with high hopes of marrying and having children (apenas más consevadora, con altas esperanza de casarse y tener hijos). Esther se sentía más conforme con ella misma cuanto más tiempo pasaba con Betsy, la última.


Leía a Plath en Esther, recorriendo ese camino difícil entre los roles que como mujer ella sentía que debía cumplir. Sus compañeras representaban esa lucha y Esther oscilaba como un péndulo entre las dos. De hecho, quien le presenta al hombre que desatará los primeros signos de locura en Esther al intentar violarla, es Doreen.


Lo feminista de su época es ser sincera. Su crudeza, su modo deliberado y poético de describir su soledad y su profunda angustia.


Cuando empecé la última lectura de la novela antes de terminarla, todavía me quemaba el sol. Llegado el final, las sombras habían descendido y suspendida casi en el día cien de la cuarentena, sentía su soledad como la mía.


The Bell Jar, la campana de cristal, es aquel envase que Esther describe como recubriéndola, aislándola del mundo exterior. “To the person in the bell jar, black and stopped as a dead baby, life itself is a bad dream” (“Para la persona dentro de la campana de cristal, negra y detenida como un bebé muerto, la vida misma es un mal sueño"). Plath trasmite brillantemente su desesperación, aquel encierro mental que no la protegía sino que la aliena y progresivamente la confina en su propia locura. La cual está profundamente intrincada en la realidad de su conflicto en torno a cómo debía ser como mujer.


Terminada la novela seguí leyendo sobre la vida de su escritora, negada a retirarme de las páginas que me acercaban al fantasma de aquella mujer, la real y la fictícea. Sylvia Plath se suicidó a los 29 años, un mes después de que su última novela "La campana de cristal" fuera publicada. De hecho, William Heinemann Limited publica en 1963 la primera edición de la novela en Londres, donde Plath aparece bajo el pseudónimo de Victoria Lucas. ¿Por qué? Sylvia temía dos cosas: que su novela no fuera seria y el dolor que podría generar en las personas de su vida, cuyas personalidades había disfrazado ligeramente en los personajes de su libro.


Por eso es que el dilema de Esther, su protagonista, fue también el de su autora. Y además, el de las mujeres de su época que aún aqueja a nuestras contemporáneas. La lucha por ser lo que ella quería y lo que de ella se esperaba. La puja entre elecciones que aparecían como excluyentes: ser esposa o ser trabajadora, la maternidad o una carrera profesional.


En la novela, Esther no llegó a cumplir ninguna. En su vida, Sylvia las cumplió todas. Y un mes después de la publicación de The Bell Jar, after utter exhaustion, after de coldest Winter in over a hundred years in London, she killed herself. (Y luego del agotamiento más completo y del invierno londinense más frío en cien años, se quitó la vida).


¿Qué dice eso de nosotras? La trampa del feminismo, le decía una mujer a la que conocí. La verdadera lucha es sostenerlo todo, la verdadera crisis, a veces, su resultado. Como si el éxito fuera trabajar, ser madre y cuidar de tus hijos. Todo junto.


Esa mujer fue Alika Kinan. Hoy militantes del movimiento, ella y yo, bien sabemos que a eso no se refieren los feminismos. Más bien se trata de la trampa del imaginario en torno a la “súper mujer”. No quiere decir que no sea posible “tenerlo todo,” sino que no es fácil. Plath, la real y la ficcionada, lo deja muy en claro.


Cuando pasé la última página y cerré la tapa del libro ya era de noche. Dije “woah”. Como si con mi aliento pudiera liberarme de la angustia que me había provocado lo que acababa de leer. Y lo más difícil, el adiós a un libro que te ha hecho suspirar.


Como con todas las autoras oscuras que generan fascinación -Pizarnik, Storni, Nothomb- en la crudeza de sus letras puedo llegar a ver algo de esa realidad de ser mujer. Y es paradójico, porque leyendo sus soledades, y creo no ser la única, me siento un poco menos sola.

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