Al calor de las masas: el populismo
- Juan Francisco Martos
- 15 jul 2020
- 7 Min. de lectura
Actualizado: 24 ago 2020
Desprestigiado por muchos académicos, contenedor de una fuerte carga peyorativa, condenado tanto por políticos de izquierda como de derecha, el concepto de populismo es, en resumidas cuentas, un problema.

A pesar de ello, muestra un gran arraigo y los intentos de retirarlo no han proliferado. Forma parte del lenguaje cotidiano y señala la existencia de una experiencia política y social muy importante y a la vez muy ambigua.
En primer lugar, el término se caracteriza por la vaguedad e imprecisión y a la multitud de fenómenos que abarca: "a la oscuridad del concepto empleado se une la indeterminación del fenómeno a que se alude", sintetiza Laclau. El problema es la inexactitud, ya que puede referir a muchas cosas: a movilizaciones de masas elitistas o anti-elite, partidos políticos, movimientos, ideologías, actitudes discursivas, regímenes y formas de gobierno, mecanismos de democracia directa —referéndum, plebiscito, consulta popular—, dictaduras, políticas y programas de gobierno, reformismos, etc.
El populismo es una fuerza política disruptiva. Se lo define como una división antagonista entre el “pueblo" y algún tipo de elite, a la cual contestan y amenazan su poder. El “pueblo” es algo menos que la totalidad de los miembros de la comunidad, es un componente parcial, y que aspira a ser concebido como la única totalidad legítima. Es disruptivo, además, porque simplifica el espacio político —en pueblo y elite— y no encaja en los ejes tradicionales de izquierda-derecha, si no que los cruzan o cortan. Hablamos entonces de una fuerza de “creativa destrucción” respecto a estos lineamientos políticos tradicionales, sumado a que reestructura el espacio sociopolítico alrededor de ejes polarizados.
Por ello consigue apoyo tanto de la izquierda como de la derecha, y lo hace atravesando, o en desmedro de, los clivajes existentes. Estos son conflictos que por su duración, cotidianidad y número de participantes generan divisiones al interior de la sociedad la cual, sin embargo, se mantiene unida: "La línea de fractura por la cual se parte una piedra al ser golpeada". Algunos ejemplos de clivajes son el de Capital-Trabajo, Iglesia-Estado, entre otros.
Pone especial foco en el líder, quien reivindica ser capaz de resolver un conjunto de cuestiones consideradas excluidas. Cuando hablamos de “líder” nos referimos a un individuo en particular, investido de un poder decisional —el Poder Ejecutivo, el presidente—, mientras que el “liderazgo” es el modo de vincularse con los ciudadanos.

Por otro lado, evoca a un movimiento político con fuerte apoyo popular proveniente de masas que se organizan y movilizan, contando también con la participación de clases no obreras que tienen importante influencia en el partido político —organización que nace para la realización de ciertos fines compartidos por los participantes, en particular la obtención del poder— y que sostienen una ideología anti statu quo. Es una lógica política: la forma en que se constituye el pueblo como agente histórico, la construcción de una identidad que articula una serie de demandas insatisfechas, mediante la identificación de una elite que se opone a sus realizaciones.
Respecto a sus "fuentes de fuerza", encontramos entonces a una elite de clase alta o media y anti statu quo, una masa movilizada formada como resultado de la "revolución de las aspiraciones", y una ideología o un estado emocional difundido que favorezca la comunicación entre líderes y seguidores y cree un entusiasmo colectivo.
De los orígenes hasta la marcha de los movimientos.
En sus comienzos, el populismo destacó como una respuesta a los procesos de aceleración de la industrialización, la diferenciación social y la urbanización, a través de medidas de bienestar y crecimiento industrial protegido. Aunque el establishment prefería los arreglos sin la participación de estos movimientos de masa, muchos líderes reformistas y de algunas elites consideraron que continuar excluyendo a las clases medias y a los trabajadores urbanos era un riesgo más alto —el "Terror Rojo"— que permitir su incorporación gradual.
Se constituyó como uno de los fenómenos históricos principales en la experiencia política de América Latina en el siglo XX. En las primeras décadas, la región era predominantemente agraria, tenía sistemas políticos aristocráticos y excluyentes, y no se habían desarrollado con fuerza grupos de interés, sindicatos ni partidos de masas.
A medida que el crecimiento capitalista y urbano erosionó la hegemonía —la dominación que ejerce una clase social sobre las demás imponiendo su ideología, valores y creencias— de las clases altas terratenientes, surgieron los precursores del populismo en las ciudades más grandes de los Estados más prósperos de la región: Argentina, Brasil y México.
Este movimiento político asumió una visión ligada a la entidad “nacional y popular”, entendida como la construcción de una voluntad colectiva, y asociada a una reforma intelectual y moral. Este proceso es el de la construcción de hegemonía, interpretada como una actividad de transformación.
El terreno donde la hegemonía “nacional-popular” se produce es en un campo de lucha contra otra opción hegemónica. En el caso argentino, es aquella construida por la elite tradicional, basada en un modelo económico liberal y agroexportador, y en un sistema político excluyente.
Así, el populismo está vinculado con el estadío de desarrollo del capitalismo latinoamericano, y es con la crisis del modelo agroexportador y del Estado oligárquico entre 1920 y 1930 cuando aparecen los primeros movimientos populistas. Destaca particularmente el papel interventor del Estado que, ante la debilidad de la burguesía nacional y la crisis del 30, debe asumir un rol de dirección en los procesos de cambio. En Argentina se asocia al justicialismo o peronismo, el cual aparece en escena en 1945, y que en la práctica propició una respuesta del Estado a las mayores demandas populares junto a una mayor distribución de la riqueza, utilizando el liderazgo carismático como articulador de la movilización popular.

Cuando ocupó el gobierno, el populismo encuadró su acción en un “Estado de bienestar”, que nace producto de la crisis mundial de 1930, la cual supuso el fin del modelo agroexportador y el comienzo de la ISI —industrialización por sustitución de importaciones—, a razón de que los países desarrollados, aquellos que producen y exportan mayormente manufacturas, sufrieron la debacle económica mundial que generó una enorme caída en la producción industrial y del comercio internacional.
En consecuencia, los países en vías de desarrollo —o emergentes, como Argentina— comenzaron a producir localmente las manufacturas que anteriormente se importaban. En el campo de lucha hegemónica, la elite tradicional u “oligarquía” sufrió una erosión de su hegemonía, y la sociedad civil atravesó transformaciones por el advenimiento de nuevos actores: el empresariado industrial y el obrero urbano.
La recesión y el estancamiento económico generaron una respuesta estatista. La principal novedad fue la inclusión de trabajadores con líneas nacional-populares al proceso de toma de decisiones, combinando esta incorporación de las masas con la necesidad de contrarrestar las grandes y cíclicas crisis del capitalismo. El Estado reforzó su rol de garante de derechos sociales, cumpliendo con las demandas de estos nuevos sectores. La intervención se materializó en prestaciones sociales, dirección económica y distribución del producto nacional. Se trata del pasaje de un modelo agroexportador a un modelo industrial sustitutivo, caracterizado por el énfasis en la producción industrial, y que produjo, entre otras cosas, la migración interna del campo a las grandes ciudades, que ofrecían nuevas oportunidades de vida y de trabajo.
En el ámbito económico, el Estado comenzó a tener un papel activo en la producción de insumos básicos para la industria —bienes de capital— y en la aplicación de políticas de promoción industrial. De esta forma, adoptó un rol protagónico en el crecimiento económico, basado en su poder de compra —importación— y en los salarios altos orientados al mercado interno, lo que generó un período de movilidad social ascendente e impulsó la producción. En términos generales, esta experiencia populista resulta en un intervencionismo estatal, la búsqueda de “justicia social” —entendida como igualdad de oportunidades— y sustitución de importaciones como método industrializador.
La situación del "campo de lucha" en la región.
Al crear una división dual —pueblo y elite—, se forma entonces un movimiento de masas conformado mayoritariamente por sectores medios y bajos obreros en contraposición a un establishment económico y político. Este último centra sus críticas en el carácter autoritario en el que puede devenir el populismo, a causa del personalismo en el liderazgo del movimiento que, como dijimos, es carismático para articular exitosamente un espacio amplio y heterogéneo —por ejemplo, la izquierda peronista y la derecha peronista—. Por otro lado, destacan que el populismo suele moverse en torno a la “informalidad”, lo cual supone un menor nivel de institucionalidad —respeto y cumplimiento de reglas y normas que emanan de las instituciones—, y que conlleva un riesgo para la democracia al existir una mayor probabilidad de un “deslizamiento” al autoritarismo.
Cuando se analiza el desempeño de los movimientos populistas en los gobiernos de América Latina, se observa, en general, un crecimiento en el número de instituciones y un respeto por las reglas de juego democráticas, excepto en el caso de Venezuela, que ha devenido en un autoritarismo. Para combatir a lo que llaman el peor de los males, la elite adopta estrategias y tácticas políticas que en algunos casos rozan o traspasan los límites del juego democrático y del estado de derecho, aquel donde todos los individuos están sujetos a la ley, la cual aceptan y demarcan como límite de acción.

Desde la aparición de los populismos, la elite ha recurrido a los golpes de estado en numerosas ocasiones para derrocar gobiernos que habían asumido el poder vía elecciones democráticas. En Argentina hay varios ejemplos: el primero de ellos a Yrigoyen en 1930, el de Perón en 1955, el de los gobiernos radicales de Frondizi en 1962 y de Illia en 1966, y el de Isabel Martínez de Perón en 1976.
Luego del retorno a la democracia en 1983, cuando los golpes de Estado ya no fueron posibles por la presión del arco político, de la opinión pública y de los organismos internacionales, la elite recurrió a alianzas políticas con los sectores económicos y financieros concentrados, nacionales e internacionales, y los medios masivos de comunicación para erosionar el gobierno de turno y desprestigiarlo en pos de obtener la victoria en las elecciones: el “golpe de mercado” de Alfonsín, el apogeo durante el gobierno de Menem —donde la elite ocupó cargos importantes y dirigió sobre todo la política económica— y el enfrentamiento con el gobierno durante el segundo período kirchnerista —la presión de los fondos buitre y los medios masivos—.
Actualmente atendemos a la novedad de una estrategia que consiste en un accionar coordinado entre la elite, los medios masivos de comunicación y sectores del Poder Judicial para manipular el proceso penal con el fin de condenar, política y judicialmente, a sus adversarios, en un proceso que se conoce como Lawfare o guerra jurídica, donde el uso distorsionado de la ley es el arma de guerra.
Tomando en consideración los vaivenes de la política económica y social según el gobierno de turno —el Estado es el conjunto de instituciones y el gobierno el staff de gente que lo ocupa y asume sus facultades descritas en la Constitución—, asistimos a una suerte de "empate hegemónico", situación en la que ninguna clase social logra imponer a las otras su ideología, creencias y valores. En consecuencia, cobra especial importancia la idea de implementar "políticas de Estado" concertadas entre las principales fuerzas políticas que, remitiéndonos a la fuerza disruptiva del populismo y su división antagonista, son el peronismo —Frente de Todos— y el antiperonismo —Juntos por el Cambio—.
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