Pensar lo impensable
- Juan Francisco Martos
- 21 abr 2020
- 9 Min. de lectura
Actualizado: 24 abr 2020
El mundo ya no será el mismo. Es lo que nos dicen desde académicos hasta políticos. Sin embargo, resulta difícil pensar un nuevo orden mundial por fuera del neoliberalismo. Emmanuel Macron, el presidente de Francia, lo dice con claridad: “Es momento de pensar lo impensable”.

Argentina no crece de forma estable y continua desde la década anterior, arrastra una crisis de deuda externa, se sitúa tercero en la lista de países con mayor inflación en el mundo y sufrió una devaluación de 537% de su moneda nacional en los últimos cuatro años. Por si no fuera suficiente, enfrenta una pandemia que amenaza con colapsar el sistema de salud argentino, que es tripartito: público, mixto y privado. La cuarentena obligatoria decretada por Alberto Fernández cumplió con su meta de aplanar la curva de contagios, pero queda claro que las consecuencias económicas serán enormes y no sólo en el frente interno, sino también en el externo: estamos a las puertas de una caída económica mundial inédita.
El frente interno.
En el frente interno, el gobierno tiene que lidiar no sólo con una economía inflada, con gran porcentaje de informalidad, y que utiliza la mitad de su capacidad instalada, sino también con 40% de pobreza. Sumado a ello, estamos en abierta negociación con los bonistas para encontrar una salida sostenible de la deuda, es decir, asumir plazos y números que el país pueda cumplir en función de su capacidad de pago.
También se acentuaron otros problemas: las fake news y la especulación. En los previos y primeros días de la cuarentena, circularon hasta el hartazgo mensajes en cadena difundiendo información falsa sobre la pandemia y las acciones que, supuestamente, tomaría el gobierno. La cuestión se agudiza cuando existe el riesgo de que esa información falsa se extienda y provoque mayor pánico en la población, que podría resultar en aglomeraciones afuera de los bancos para retirar dinero, o en los supermercados para abastecerse de bienes. Cabe recordar que el gobierno no sólo lucha contra la pandemia, sino también contra la psicosis colectiva, al mismo tiempo que utiliza el miedo como una herramienta de control social.
“Acá hay muchos intereses en juego” dijo Martín Guzmán, el ministro de Economía, en la presentación de la oferta del canje de deuda a los bonistas que promete estirarse hasta el fin del plazo de gracia, haciendo implícita referencia a las maniobras especulativas en la economía. El día a día nos indica un aumento de precios y que la brecha entre el dólar oficial y los paralelos aumenta. Se argumenta que se debe a la enorme emisión monetaria que está llevando a cabo el Banco Central para financiar la pandemia y sus costos económicos. Esto es, ante la falta de dinero, el Banco Central lo crea o imprime y lo gira en forma de Adelantos Transitorios al Tesoro, para cubrir el déficit fiscal —cuando el Estado gasta más de lo que le ingresa—, que alcanzaría un 5,4% del PBI, totalizando un aumento de 3%.
Para hacer frente a la crisis económica, el gobierno, a través de sus ministerios, anunció diversas medidas. Entre ellas, destacan el Ingreso Familiar de Emergencia, el bono a jubilados y pensionados, aumento en la inversión en obra pública, alimentos a comedores, créditos para pymes y para parques industriales, para empresas, monotributistas y trabajadores autónomos, el salario complementario a los trabajadores privados, entre otras.
Si bien la emisión monetaria genera una presión inflacionaria que se verá en los próximos meses, el aumento de precios y el incremento en la brecha entre el dólar oficial y el paralelo pareciera obedecer más a maniobras de especulación financiera, ya que la demanda interna se desplomó a razón de que el consumidor ahora está en cuarentena. Como el comerciante vende menos por la caída de la demanda, por lógica debería seguir una reducción de precios o, al menos, una continuidad en los mismos, cuando lo que vemos son aumentos. Ante la situación, el gobierno reforzó su control de precios, sobre todo sobre las grandes cadenas, dando lugar a numerosas clausuras por incumplimiento de los establecidos precios máximos. Sin embargo, las críticas se centran en la falta de acción del gobierno sobre los bancos, a fin de que estos otorguen los préstamos subsidiados a pymes para pagar los sueldos de los trabajadores.
Para gestionar la cuarentena, el gobierno recurrió a las Fuerzas de Seguridad —Policía Federal, Gendarmería, Prefectura Naval y Policía Aeroportuaria— y a las Fuerzas Armadas, particularmente al Ejército Argentino, al que brindó tareas logísticas y de ayuda humanitaria, mientras que las Fuerzas de Seguridad, que conduce la ministra de Seguridad, Sabina Frederic, quedaron a cargo de los operativos de control. Sin dudas, todos los esfuerzos se se enfocan en el AMBA —Área Metropolitana de Buenos Aires—, donde se concentra el 70% de los contagiados del país. Cobra especial relevancia, además, porque el conurbano es el territorio con mayor concentración de población, donde habita poco más de un tercio de los habitantes de Argentina, sumado a la enorme proporción de gente en situación precaria y vulnerable, que trabajan en el sector informal de la economía y que es, también, la región urbana que más pobreza e indigencia condensa. Todo un desafío, considerando, junto a todo esto, que la cuarentena puede extenderse más de lo pensado y generar un hastío social que termine por desbordar los canales institucionales: el estallido.
Pero no todas son malas. La oposición cumplió un rol responsable acompañando y coordinando las medidas con el gobierno nacional, aunque un sector haya intentado sembrar discordia. Ello manifiesta, una vez más, un fuerte arraigo de las instituciones y tradiciones democráticas. El arco político argentino estuvo a la altura del desafío, y demostró que la grieta se aleja del extremismo. Sin dudas, la reconstrucción económica necesitará de consensos políticos semejantes a este.

La novedad es el impuesto a la riqueza que se busca aprobar en el Congreso. Complica, en primer término, las buenas relaciones que reinaron este tiempo entre el oficialismo y la oposición. Al lobby que hacen las grandes riquezas para evitar que se apruebe el proyecto de ley, se suma la dificultad de sesionar en un contexto de pandemia. Cristina, vicepresidenta de la Nación y presidenta del Senado, planteó, a través de una acción declarativa de certeza, ante la Corte Suprema de Justicia —máximo tribunal del país— la cuestión acerca de la validez de sesionar a través de videoconferencia. Con ello busca evitar, en caso de obtener el visto bueno, futuras impugnaciones a las leyes que se debatan por videoconferencia, particularmente el impuesto a la riqueza. Es un escenario que sigue abierto y dará de que hablar en los próximos días.
El mundo ante la pandemia.
Lo único que está claro es que no hay un modelo a seguir. Esto aplica a todo el mundo. China, el país en donde inició la pandemia, optó por un modelo de estricta vigilancia utilizando para ello todo el peso del Estado. El epicentro, Wuhan, fue puesto bajo una estricta cuarentena, la cual luego se extendió a la totalidad de la provincia. Se prohibieron los viajes al exterior y se redujo la circulación del transporte público, se cerraron escuelas, universidades y sitios de turismo. Para combatir al virus, volcaron una enorme cantidad de recursos humanos y económicos, enviando gran número de médicos a la zona infectada y construyendo y convirtiendo edificios en hospitales de emergencia. Además, utilizaron el aparato de propaganda para convencer a sus ciudadanos de adoptar las medidas “necesarias”. Con enormes costos económicos y sociales, China tuvo éxito en frenar la tasa de contagios y pudo controlar la situación. Esto, a través de la vigilancia estatal mediante algoritmos y el big data: salvación con menos libertad.
Algo distinto pasó en Europa. Mientras China combatía la entonces epidemia, Italia empezó a convertirse silenciosamente en el centro de la posterior pandemia. Tardías, insuficientes y malas respuestas, junto a la enorme presión que ejercieron las empresas industriales sobre el gobierno, entre ellas Tenaris, que pertenece a Techint de Paolo Rocca, condujeron a una catástrofe. La falsa dicotomía salud o economía causó estragos. Filas de obreros transitaban con normalidad zonas infectadas para ir a trabajar a las fábricas. Las consecuencias sociales y económicas están a la vista. La cuarentena llegó tarde y sin la fuerza necesaria, lo que potenció la cantidad de muertos provocando el colapso de las morgues y los crematorios. España transitó un camino similar. El gobierno subestimó la situación y tomó medidas restrictivas demasiado tarde, cuando ya los contagios crecían exponencialmente y el sistema de salud se encontraba al límite de sus capacidades, convirtiéndose junto a Italia en los dos países europeos que más sufrieron la pandemia.
Otro caso simbólico es el de Gran Bretaña, donde su primer ministro, Boris Johnson, contrajo el virus y fue internado, recuperándose poco después. El modelo que siguieron los británicos consistió en la “inmunidad de grupo”, la cual refiere a una situación en la que suficientes personas de una población adquieren inmunidad contra una infección para poder detener eficazmente la propagación de dicha enfermedad. No sucedió. El virus se extendió a lo largo del país y el gobierno se vio obligado a tomar medidas restrictivas para evitar que se agrave el costo en vidas junto al costo económico, y el total colapso del sistema de salud. El brote en el sur de Europa se trasladó al norte. Francia y Alemania aplicaron medidas restrictivas, como la cuarentena, con antelación respecto al número de infectados con el que lo hicieron España e Italia, pero no pudieron evadir las altas cifras de muertos. El conflicto llegó a la supraestatalidad, a la Unión Europea. La falta de acuerdos y coordinación en la aplicación de políticas económicas y sociales que proveyeran de asistencia a los países infectados que integran el organismo fueron la principal fuente de críticas, y se trata sin dudas de cuestiones que los países miembros, particularmente Alemania y Francia, deberán replantearse para lograr que la UE sea realmente útil.
El epicentro de la pandemia se trasladó luego a Estados Unidos. Con una visión predominantemente económica, y en pleno enfrentamiento comercial y geopolítico con China, a quien varios apuntan como responsable por la pandemia, el presidente Donald Trump evitó aplicar restricciones que tuvieran un grave impacto en la economía, decisión que buscó a proteger los altos niveles de actividad y empleo que registraba el país, teniendo también en la mira las elecciones presidenciales de noviembre de este año. Se enfrentó públicamente a los gobernadores por aplicar la cuarentena, se mostró a favor de levantar las restricciones lo más rápido posible para reactivar la economía y contradijo a Anthony Fauci, epidemiólogo y director del Instituto Nacional de Enfermedades Infecciosas de Estados Unidos, quien desafió la postura del presidente sobre no tomar medidas restrictivas. Las cifras hablan por sí solas: casi 800,000 infectados y más de 40,000 muertos.

Mención aparte merece el caso de Brasil. El presidente, Bolsonaro, desde un comienzo se manifestó escéptico ante el peligro de la pandemia, tan así que la llamó una “gripecinha”. Brasil reviste especial gravedad, ya que gran parte de la economía es informal y la población está aglomerada alrededor de grandes centros urbanos como Río de Janeiro y San Pablo. La principal preocupación radica en las favelas, donde, ante la falta de respuesta por parte de las autoridades, bandas criminales se han organizado para imponer la cuarentena a sus habitantes. Allí, la gente vive hacinada en pequeños espacios y en la mayoría de casos sin acceso a los servicios básicos, como agua o luz. Con una capacidad de testeo insuficiente, los cálculos datan la cifra de contagios en 5 veces más de la actual. Al gravísimo problema sanitario, humanitario y económico que esto conduce, hay que agregar que impacta de lleno en Argentina. Brasil es nuestro principal socio comercial, tanto en exportaciones como en importaciones, por lo que nuestra economía también depende en gran medida de lo que suceda con la economía brasileña.
Estamos ante una situación desconocida, que muestra las vulnerabilidades de la economía global. Es demasiado pronto para decir que el neoliberalismo se ha agotado, pero también es cierto que se necesitan cambios en la estructura económica que rige en el mundo. La más grande de las “batallas”, aquella por dirigir mundialmente la recuperación post pandemia, parece reducida a Estados Unidos y China, siendo éstos los únicos países con la capacidad económica suficiente para asumir el desafío que eso implica. Mientras Europa negocia el Brexit, discute sobre las oleadas de inmigrantes que llegan desde Oriente Próximo por las guerras civiles causadas por intervenciones militares que apoyó, y busca la forma de surfear la pandemia sin mayores costos que los actuales, surge la idea de revalorizar el Estado de bienestar, algo con lo que Alberto Fernández está de acuerdo.
Esto sucede al mismo tiempo que las finanzas mundiales colapsan, dejando a los mercados de valores peores registros que la crisis de 1929. La guerra de precios entre Rusia y Arabia Saudita, desatada sobre el petróleo, pega de lleno en los países productores, y junto con la caída de la demanda mundial provoca que el precio del barril toque mínimos históricos, incluso valores negativos, enterrando en el proceso el sueño de Vaca Muerta. Entre tanta incertidumbre, hay una sola certeza: nadie se salva solo. Es tiempo de pensar lo impensable.
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