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Sufrir, amar y morir, escribiendo

Un poco más sobre Sylvia Plath, para quien amar era una catástrofe natural.

Sylvia Plath, Ted Huges y Assia Wevill entre los humor del amor.


Parte I


Existe algo parecido a la paz justo antes de una catástrofe. Un momento de silencio y calma antes de que las piezas del dominó de la vida caigan, una por una.

A los ocho años, Sylvia Plath público su primer poema. Aparece la rima, que la acompañaría mucho tiempo en su poesía. Me recuerda que una escritora es una observadora. Su papá, un profesor universitario se la enviaría al editor del Boston Traveler.


“Poem”

1941, su primer poema


Hear the crickets chirping

In the dewy grass.

Bright little fireflies

Twinkle as they pass.

“Dear Editor: i have written a short poem about what i see and hear on hot summer nights.”

¿Pueden apreciar la inocencia de aquella Plath? Incluso la sonrisa en sus fotos de adulta conservan algo de esa esencia. Todavía faltaba un año para que muera su padre y el sonido de los grillos cambie por el del mar. No había pasado los electroshocks en un manicomio ni tenía una sola marca en sus intentos de suicidio. Todavía no se había enamorado. Estaba a un paso del abismo y nadie lo sabía.


El club de las poetas suicidas


La niebla que entra por mi balcón me hace acordar a Sylvia Plath. La imagino caminando con ropa oscura por la calle gris de Fitzroy (¡como la nuestra!). Lleva un niño en cada mano buscando un lugar para vivir, después de haberse separado de Ted Hughes.


Plath fue una poeta que se enamoró de un poeta que se enamoró de muchas otras mujeres. Dos de sus amantes hornearon sus cabezas hasta que dejaron de respirar.

La primera fue Sylvia, una vez que encontró el departamento que buscaba –donde además había vivido el poeta irlandés Yeats, cosa que emocionaba mucho a nuestra heroína–. Los hijos que compartía con Hughes dormían, Sylvia les sirvió un vaso de leche y les hizo pan con manteca por si despertaban con hambre. Pasó por el baño y agarró dos toallas, llegó a la cocina y selló el piso con una, prendió el horno al máximo y se hizo una almohada adentro con la otra y se recostó.


“Límite”

1964, su último poema

Su cuerpo

se ha perfeccionado

Su cuerpo

Muerto

luce la sonrisa del acabamiento,

la ilusión de un anhelo griego.

Fluye por las volutas de su toga,

sus pies

Descalzos parecen decir

hasta aquí hemos llegado, se acabó.

Hughes se había enamorado de otra. A esta sección podríamos bien llamarla “El club de los amantes indecisos”.

La segunda poeta suicida, no fue tan generosa con su hija. Assia Wevill conoció al matrimonio cuando ella misma estaba casada, y Plath y Hughes alquilaban su casa en Primrose Hill. Wevill se vuelve cercana al matrimonio y al poco tiempo empieza a tener una amorío con el esposo de su amiga. Ambos dejan a sus parejas, no sin consecuencias. Juntos tienen una hija, pero Wevill está atormentada por la memoria de Plath y por las sospechas acertadas de la triple vida que lleva el codiciado Hughes.

Él tiene dos amantes, Carol Orchard, enfermera en prácticas y Brenda Hedden. Los poemas de Hughes reflejan su indecisión; “¿Qué cama, qué novia, qué pecho dará confort?”.

La bella poeta de los ojos de fiebre prepara en la cocina su lecho de muerte. Se sirve siete copas de whisky con pastillas para dormir, se acuesta junto a su hija sobre la cama improvisada, abre el horno y gira la llave. A diferencia de Plath, Wesill si deja una carta donde cuenta que no podía vivir “por el peso del recuerdo de Sylvia”. Madre e hija fueron encontradas de la mano, muertas sobre el colchón.


¿De quién es esta tierra pétrea y lluviosa?

De la Muerte.

¿De quién es todo el espacio?

De la Muerte.

¿Quién es más fuerte que la esperanza?

La Muerte.

¿Quién es más fuerte que la voluntad?

La Muerte.

¿Más fuerte que el amor?

La Muerte.

Es difícil ser breve cuando ella parece ser el epicentro de las tragedias. Incluso su primer hijo, Nicholas, se suicidó en Noruega, donde llevaba una solitaria vida como profesor de las Ciencias del Mar.

Todos tienen algo de su madre. Frieda es escritora, poeta y periodista en The Guardian. También tiene esclerosis múltiple y depresión.



Como hay mucho más para decir y para cerrar este ciclo de autoras norteamericanas de mediados del siglo XX y -por supuesto- como todxs ustedes están deseosos de leerlo, habrá una segunda parte de sufrir, amar y morir, escribiendo.

Sylvia Plath, Carson McCullers y Flannery O'Connor vivieron en un tiempo de revolución. Autoras contemporáneas a la transición de la segunda ola feminista a la tercera. Las pastillas anticonceptivas, la ley del divorcio y el radical cuestionamiento en torno a qué era, ser mujer. Cosa que a ninguna de las tres les fue fácil. Vivieron una relación conflictiva con sus existencias.

Y además, nuestras mujeres del campo, McCullers y O'Connor, reflejaron el cambio que vivía su gente, de una sociedad rural a una industrial. Las sureñas hacen un lindo contraste con Plath, una escritora del norte de Estados Unidos.

Para ver las luces y las sombras de escritoras que escriben en la oscuridad, habrá una parte II.


Los domingos en La Murphy, don't miss it!


 
 
 

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